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Carina Fabaro: “El arte conecta con uno mismo y devuelve la confianza”

La escultora riojana Carina Fabaro repasó su trayectoria, su vínculo con los materiales y los desafíos de crear obras que, muchas veces, no están pensadas para perdurar. Invitada al nuestro ciclo de entrevistas, habló del origen de su vocación, del rol docente y del lugar que ocupa hoy el arte en un contexto de cambios tecnológicos y falta de mercado local.

Fabaro recordó que su camino comenzó en la pintura, influenciada por una tradición familiar vinculada al dibujo. “En mi casa había toda una historia: mi abuela dibujaba muy bien, mis tíos, mi mamá… Yo intenté dos o tres carreras hasta que me decidí las artes visuales”, contó. El giro hacia la escultura llegó de manera inesperada, tras un cambio de plan de estudios: “Ahí descubrí la escultura y me encantó. Dejé casi por completo la pintura. Disfruto mucho más trabajar en volumen”.

Asegura que lo que la atrapó fue el desafío espacial: “Es como los niños, uno explora. Generar un hueco en la madera ya fue un desafío. Mientras trabajamos un frente tenemos que imaginar qué pasa del otro lado. El observador no se queda con una cara, tiene que rodearla y hacer una lectura tridimensional”. Ese pensamiento, explicó, la llevó a enamorarse del oficio: “Me atrapó ver qué está pasando del otro lado mientras trabajo”.

A lo largo de su recorrido utilizó una enorme variedad de materiales. “Me gusta todo. Empecé por la madera, pero hago piedra, bronce, cemento blanco, nieve, paja, cartón, resina, fibra de vidrio… Me valgo de lo que tengo a mano y me encanta combinar materiales”, dijo. La búsqueda incluye también observar el entorno: “La naturaleza, las personas, una sombra, un elemento cualquiera: todo me inspira”.

Sobre las esculturas de gran tamaño que realizó en el exterior, describió procesos intensos y veloces: “En México hicimos esculturas de más de cuatro metros en cuatro días sin dormir. Son estructuras livianas de madera y paja, muy lúdicas”. En Italia trabajó con nieve en temperaturas extremas: “En Ushuaia estábamos a 20 grados bajo cero. Tuvimos que subir bloques todo un día para llegar a los cuatro metros y medio. Era un jenga gigante”.

 

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Como escultora, cuenta con obras de gran formato en espacios públicos en
diferentes provincias argentinas como Chaco, Córdoba, Jujuy, Entre Ríos,
Tucumán, La Pampa, Chubut, Tierra del Fuego y San Luis; y en diferentes países,
como Chile, Brasil, México, España, Italia y Estados Unidos.

Aunque su obra está distribuida en distintas provincias y países, en La Rioja aún no tiene piezas instaladas en espacios públicos: “Me encantaría. Creo que hace falta obra riojana. Los parques están hermosos y podrían tener esculturas de distintos tamaños”. Sin embargo, su obra está presente en el centro ambiental interactivo Winti.

 

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Su tarea docente ocupa un rol central. “El arte conecta con uno mismo”, afirmó. En sus talleres trabaja desde lo básico para que los alumnos recuperen confianza: “Hay adultos que no quieren ni mirarse al espejo para hacer un autorretrato. Pero cuando lo logran, se sorprenden. El arte ayuda a la autoestima”. Destacó también que la escuela suele relegar las expresiones visuales: “Se prioriza lengua, matemática… y este lenguaje se olvida. Pero es fundamental para expresarnos”.

Sobre la dificultad de vivir del arte, fue directa: “No está creado el mercado en La Rioja. Y con la escultura es aún más limitado. A veces por falta de espacio y otras porque no se conoce el disfrute de tener una obra propia”. Sostuvo que es necesario educar al público: “Así como leemos un cuento, también podemos leer una obra. Conectarnos con lo que nos dice”.

Consultada por la irrupción de la inteligencia artificial, Fabaro planteó una posición abierta pero crítica: “No estoy en contra. Sería tonto oponerse. Vamos a tener que convivir con eso. Pero también para dar órdenes hay gusto, estética, conocimiento”. Aseguró que, más allá del impacto, el arte seguirá transformándose: “No podemos parar esta movida de innovación”.

De cara al 2026, espera concretar una muestra pendiente: “Tengo una exposición lista, falta el lugar. Ojalá se dé el año que viene. Vamos a ver qué nos depara el 2026”.

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